La primera vez que una pintura llegó a mis manos, escuché una voz en mi cabeza que decía… ¡Dibuja! Pero como aún no sabía hablar, me la comí.
Ese día aprendí 2 cosas: que no sea comida no quiere decir que no alimente, y que la vida puede verse de muchas formas.
Desde entonces no hago más que dibujar todo lo que pasa por mi cabeza, creando seres imposibles con todo lo que encuentro a mi paso y animando todo aquello que se supone inerte.
Y si… también sigo escuchando voces.